Hacía frío, demasiado frío. Ella podría haber asegurado que se trataba de la noche más helada de su vida. No había nadie en aquella cabaña salvo ella. Y no había más ruido que el de la ventisca golpeando en su ventana, y el fuego consumiendo la leña. Se encontraba sentada en la gran alfombra junto a la chimenea, apreciando las rojas llamas que iluminaban la estancia. Estaba más bien pensativa, como de costumbre, sin embargo, al poco sus pensamientos se vieron interrumpidos.
Toc, toc. La puerta. Se extrañó ante el horario, pero supuso como siempre que sería alguno de sus amigos, perdido en la ventisca. Con rapidez se colocó su abrigo y sus guantes, y giró el picaporte. Cuando la madera cedió, hubo un pequeño ruido y al instante, la puerta se encontraba abierta. Pero no se trataba de ninguno de sus amigos. Un joven más alto que ella vestido con un largo abrigo negro estaba allí. Y como no, no perdió tiempo en entrar y cerrar la puerta tras si. Debería haberse asustado, pero no lo hizo, algo la mantuvo en calma. El muchacho se quitó el sombrero que cubría su corto cabello negro, y también bajó las solapas que cubrían su cuello y parte de su rostro, dejando ver una extraña marca justo debajo de su oreja, una marca que ella ya había visto antes.
— Adam..¿eres tú? — Alcanzó a decir la muchacha, creyendo por un momento que aquello se trataba de un triste sueño.
— ¿Cómo estás, Ann?
Se trataba de dos ojos negros, vacíos como un pozo y tan profundos como uno de ellos. Hasta que su mirada se encontró con ella. Una mirada cómplice que decía más de mil palabras, que demostraba más de mil afectos. Amor. Odio. Tristeza. Felicidad. Era como un choque de emociones entre si, imposible decantarse por una de ellas.
Una especie de adrenalina recorrió el cuerpo de la joven que al instante corrió al encuentro del muchacho. Y pasó. Se fundieron en un fuerte abrazo, lleno de nostalgia y acompañado por sus propias lágrimas. Las manos de ambos se ceñían con fuerza a la ropa del otro, no querían soltarse, no querían alejarse. Sus respiraciones se agitaron, alarmadas por la cercanía y asustadas por la futura lejanía.
— No lo hagas otra vez, Adam.. — Se escuchó en un débil susurro.
No podía irse nuevamente. Ella necesitaba explicaciones. Necesitaba saber que aquello era real, que se iba a quedar, que no la volvería a abandonar. Había soñado tantas y tantas veces con aquel encuentro, que le costaba creer que fuese posible. En su garganta se formaba un nudo, a la vez que su corazón alterado no paraba de golpear contra su pecho. Entonces, pasó otra vez. Sus miradas se encontraron.
— Perdóname Ann.
Con suavidad el joven acarició el rostro de ella, dedicando unos segundos para admirar cada pequeño detalle, como si nunca la hubiese visto. Después posó su mirada en los ojos que le observaban, sintiendo como de pronto ya no había nada a su alrededor. Como si en verdad no hubiese nada que los pudiese separar. Entonces, se acercó a su oído y musito unas palabras, luego de aquello volvió a su anterior posición. Antes de que ella pudiese articular palabra alguna, una voz se escuchó en su mente. "Volveré."
Y otra vez.. desapareció. De pronto, ella se sentía perdida en la habitación que tan bien conocía. El vacío que tanto había tratado de evitar asaltaba su pecho, y dentro de este, su corazón no hacia más que retorcerse asustado, porque sabía que nuevamente iba a romperse. Estaba sola nuevamente, pero esta vez no había sido un sueño. Varias lágrimas se deslizaron por sus mejillas, mientras que lo único que resonaba en su mente eran las palabras que este le había dicho:
"No hay mayor promesa que la que habita en una mirada cómplice de dos jóvenes enamorados."
No hay comentarios:
Publicar un comentario